miércoles, 1 de octubre de 2014

Exhalaciones

No era ese tipo de chicas que se pasan horas delante de un espejo intentado cambiar todo lo posible su aspecto para intentar aparentar ser algo que no era. No era como las eufóricas adolescentes que despilfarran su tiempo en cosas banales e intrascendentes. 
Le gustaba crear su propia realidad, y encerrarse en ella un rato a bailar un par de canciones con la suerte. Pasaba las tardes lluviosas de invierno entre páginas de libros una y otra vez releídos, con sus calcetines gruesos y aquel recogido en el pelo que parecía desmoronarse de un momento a otro. 
Apreciaba los pequeños placeres de la vida; el olor a café recién hecho, una ducha de agua caliente después de un duro día, las melodías que transformaban su piel en algo escrito en braille. Su piel. Su piel era impenetrable; cerrada por los daños y los prejuicios de todos aquellos que no comprendían. Pero no le importaba, hacía caso omiso a todo aquello que no consiguiera despertar en ella el menor atisbo de impresión. Sin embargo nunca rechazaba una buena conversación; lástima que hubiera pocas mentes a la altura de la suya. Su mente. Poco puedo decir de su mente.


Hacía que te cuestionases hasta el último segundo de tu vida, y ni siquiera te dirigía la palabra. Quizá era su forma de levantar la vista de aquellas líneas. De arrugar la nariz y estirarse los pantalones. No sé.
Se hacía imposible no fijarse en ella, cómo desperdiciar algo tan único y prodigioso. 
Decían que le gustaba cantar en sus instantes de soledad. Y danzar suavemente mientras encendía una vela y se impregnaba de su aroma. Su aroma. Su aroma era indefinible; cautivador y a la vez único, de los que se te pegan en los párpados y no dejan que vuelvas hasta transcurrido un instante. 
Y se rompió. Porque también era real. Mi realidad. 


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