domingo, 26 de octubre de 2014

Y si los silencios hablasen...

La complicidad entre dos miradas se vería reducida al vacío. Las sonrisas a medias tintas o los rebotes de pupilas que se encuentran no tendrían la mínima importancia. Tampoco los esquivos cambios repentinos de tema o los 'ya lo hablaremos'.
Si los silencios hablasen ¿qué quedaría a la imaginación? ¿Qué sería de los innumerables interrogantes acerca del 'qué estará pensando'? Con lo bonito que es el factor sorpresa.
Y qué poco apreciamos los silencios.
El silencio, ese hueco compuesto de nada pero que nos puede salvar de todo. 
El silencio de quédate, acércate, mírame. Estoy aquí , acaríciame  ,abrázame. Sálvame.

Se puede elegir con quien compartir los "ruídos", pero todos sabemos que en el momento en el que consigas que los silencios no se vuelvan incómodos... En ese momento estás perdido. 
En ocasiones las palabras son capaces de expresar más que una caricia, más que un beso o que una melodía. Nos asustamos cuando un escalofrío se desliza por nuestra espalda al darnos de bruces con la realidad; y el miedo es mayor aún cuando es provocado por alguien inesperado.
Hay que ser cautelosos a la hora de elegir a quién entregamos nuestros silencios.



Y si los silencios hablasen...
(Serían gritos al vacío que rebotan entre cuatro paredes de soledad.)

miércoles, 1 de octubre de 2014

Exhalaciones

No era ese tipo de chicas que se pasan horas delante de un espejo intentado cambiar todo lo posible su aspecto para intentar aparentar ser algo que no era. No era como las eufóricas adolescentes que despilfarran su tiempo en cosas banales e intrascendentes. 
Le gustaba crear su propia realidad, y encerrarse en ella un rato a bailar un par de canciones con la suerte. Pasaba las tardes lluviosas de invierno entre páginas de libros una y otra vez releídos, con sus calcetines gruesos y aquel recogido en el pelo que parecía desmoronarse de un momento a otro. 
Apreciaba los pequeños placeres de la vida; el olor a café recién hecho, una ducha de agua caliente después de un duro día, las melodías que transformaban su piel en algo escrito en braille. Su piel. Su piel era impenetrable; cerrada por los daños y los prejuicios de todos aquellos que no comprendían. Pero no le importaba, hacía caso omiso a todo aquello que no consiguiera despertar en ella el menor atisbo de impresión. Sin embargo nunca rechazaba una buena conversación; lástima que hubiera pocas mentes a la altura de la suya. Su mente. Poco puedo decir de su mente.


Hacía que te cuestionases hasta el último segundo de tu vida, y ni siquiera te dirigía la palabra. Quizá era su forma de levantar la vista de aquellas líneas. De arrugar la nariz y estirarse los pantalones. No sé.
Se hacía imposible no fijarse en ella, cómo desperdiciar algo tan único y prodigioso. 
Decían que le gustaba cantar en sus instantes de soledad. Y danzar suavemente mientras encendía una vela y se impregnaba de su aroma. Su aroma. Su aroma era indefinible; cautivador y a la vez único, de los que se te pegan en los párpados y no dejan que vuelvas hasta transcurrido un instante. 
Y se rompió. Porque también era real. Mi realidad. 


domingo, 7 de septiembre de 2014

Domingos grises.

Hay que ver lo frágiles que somos las personas a veces. Sí, todos nos hemos convencido alguna vez de que la primera exhalación de cierto día indicaba el comienzo de algo nuevo. Al parecer también se nos da bien eso de ser ingenuos. 
Vivir la vida con optimismo y alegría es uno de sus pilares básicos, a mi parecer al menos. Y es precisamente en esos días en los que estamos completamente seguros de que nos vamos a comer el mundo cuando una sacudida psicológica nos derrumba; que a la vida también le gusta la ironía. 
¿Por qué somos frágiles? Las personas vivimos única y exclusivamente del recuerdo. Lo más irritante es que no somos capaces de aceptarlo y enfrentarnos a ello. 
Me gusta llamar a los recuerdos fracciones de vida aisladas, que permanecen almacenadas unas al lado de otras hasta que un bache hace que se amontonen y algunas se precipiten sin control a nuestra memoria. Ahí es cuando se produce la sacudida psicológica; en medio de la calle, en la ducha, en el autobús, cuando estamos a punto de cerrar los ojos. También en un bostezo, un ataque de risa enérgico, cuando leemos, escuchamos una canción o miramos a alguien a los ojos. Pero creerme cuando os digo que las peores sacudidas son esas que te llegan a las puntas de los dedos y no se van hasta que te sientas a escribir.
Y aquí estoy yo con mi fragilidad, que todos somos humanos.